El fracaso de la clase obrera

Texto de Anton Pannekoek

El texto de Pannekoek apareció primero en el periódico americano Politics, (Vol 111 No 8, septiembre de 1946, pp 270-72). Esta traducción está basada en la traducción inglesa de Pannekoek y los Consejos Obreros de Serge Bricanier. (Telos Press. St Louis. 1978). Ha sido contrastada y adaptada con apoyo en la traducción española (Ed. Anagrama, colección documentos, 1976) allí donde pareció necesario para mayor coherencia con las líneas generales del artículo y del pensamiento conocido del autor, así como para una más rica expresión. Con esta labor se han detectado graves incongruencias en puntos importantes en ambos originales que han tratado de subsanarse con el criterio más fiel al comunismo consejista.

En los números anteriores de Polítics ha sido planteado el problema: ¿Por qué la clase obrera fracasó en su misión histórica? ¿Por qué no ofreció resistencia al nacionalsocialismo en Alemania? ¿Por qué no hay ningún trazo de un movimiento revolucionario entre los obreros americanos? ¿Qué ha sucedido con la vitalidad social de la clase obrera mundial? ¿Por qué las masas de todo el globo ya no parecen capaces de emprender algo nuevo orientado a su autoliberación? Algo de luz puede echarse sobre este problema a través de las siguientes consideraciones.

[La lucha contra el fascismo requeria de un objetivo positivo, no otro socialismo de Estado]

Es fácil preguntarse: ¿por qué los obreros no se alzaron contra el fascismo amenazante? Para combatirlo deben tener un objetivo positivo. Opuestas al fascismo había dos alternativas: mantener y retornar al viejo capitalismo con su desempleo, sus crisis, su corrupción, su miseria -mientras el nacionalsocialismo se presentaba como un movimiento anticapitalista que pretendía instaurar el reino del trabajo, acabar con el desempleo, un reino de la grandeza nacional y de comunidad política– o bien orientarse a una revolución socialista. Así, de hecho, la pregunta más profunda es: ¿por qué los obreros alemanes no hicieron su revolución?

Pues bien, ellos habían experimentado una revolución: la de 1918. Pero les había enseñado la lección de que ni el Partido Socialdemócrata, ni los sindicatos, eran el instrumento de su liberación; ambos resultaron ser los instrumentos de la restauración del capitalismo. ¿De manera que, qué estaban ellos en disposición de hacer? ¿Dirigirse al Partido Comunista? Este no proponía una verdadera salida y centraba su propaganda en el sistema ruso de capitalismo de estado, con su todavía mayor privación de libertad.

¿Había otra alternativa? El objetivo confesado del Partido Socialista en Alemania –y también en todos los países– era el socialismo de Estado. De acuerdo con su programa, la clase obrera tenía que conquistar la dominación política, y entonces, por medio de su poder sobre el Estado, organizar la producción en un sistema económico planificado de dirección estatal. Su instrumento era el Partido Socialista, ya desarrollado como un gran cuerpo de 300.000 miembros, con un millón de miembros del sindicato y tres millones de votantes detrás de ellos, dirigido por un gran aparato de políticos, agitadores, periodistas, ansiosos por tomar el lugar de los anteriores gobernantes. Según su programa, la clase capitalista seria expropiada a través de medidas legales y organizarían la producción en un sistema planificado cuya gestión correría a cargo de los órganos centrales.

Es evidente que, en tal sistema, los obreros, aunque parezcan tener asegurado su pan diario, sólo pueden ser parcial, imperfectamente liberados. Se habrán cambiado los escalones superiores de la sociedad, pero los cimientos que sostienen al edificio entero continúan siendo los viejos: las fábricas con obreros asalariados al mando de directores y gerentes. Así lo encontramos descrito por el socialista inglés G.D.H. Cole, que después de la Iª Guerra Mundial influyó fuertemente en los sindicatos a través de sus estudios sobre el socialismo corporativo y otras reformas del sistema industrial. Él dice:

El conjunto de la población seria tan incapaz como el cuerpo entero de accionistas en una gran empresa para manejar una industria… Seria necesario, bajo el socialismo tanto más que bajo el capitalismo a larga escala, confiar la dirección real de las empresas industriales a expertos asalariados, escogidos por su conocimiento especializado y habilidad en las ramas particulares de trabajo… No hay ninguna razón para suponer que los métodos de elección de los gerentes actuales en las industrias socializadas diferirían ampliamente de aquéllos ya en vigor en la  empresa capitalista de gran escala… No hay ninguna razón para suponer que la socialización de  cualquier industria significaría un gran cambio en su personal directivo.”

Así pues, los obreros tendrán nuevos amos en lugar de los viejos. Buenos patronos que desbordarán sentimientos humanitarios en lugar de los patronos horribles y rapaces de hoy. Amos designados por un gobierno socialista o bien escogidos por los obreros. Pero, una vez escogidos, ¡deberán obedecerles!. Los obreros no son los amos de las empresas, no son los amos de los medios de producción. Sobre ellos permanece el poder imponente de una burocracia estatal de jefes y gerentes que ejercerá el mando y llevará la gestión. Este tipo de proyectos puede atraer a los obreros en la medida en que se sientan impotentes contra el poder de los capitalistas: por eso esto fue colocado como la meta en su primer alzamiento durante el siglo XIX. No eran lo bastante fuertes para desalojar a los capitalistas fuera de sus puestos de mando en las instalaciones de producción; de este modo no veían salida más que en el socialismo de Estado, un gobierno de socialistas que expropiase a los capitalistas.

[La puesta en marcha de nuevos métodos para luchar por el comunismo libre]

Actualmente los obreros empiezan a darse cuenta de que el socialismo de Estado no constituye más que una forma de servidumbre diferente. Entonces se encuentran ante la ardua tarea de descubrir y poner en marcha nuevos métodos. Esto no es posible sin una revolución profunda de ideas, acompañada por muchas disputas internas. No es de extrañarse que el vigor de la lucha los retarde, que vacilen, divididos e inseguros, y parezcan haber perdido su energía.

El capitalismo, de hecho, no puede ser aniquilado por un cambio en las autoridades al mando; sino sólo por la abolición del mando. La libertad real de los obreros consiste en su dominio directo sobre los medios de producción. La esencia de la comunidad mundial libre del futuro no es que las masas trabajadoras consigan suficiente comida, sino que dirijan su trabajo ellas mismas, colectivamente. Puesto que el contenido real de sus vidas es el trabajo productivo; el cambio fundamental no es un cambio en la pasiva esfera del consumo, sino en la activa esfera de la producción. Antes de eso, ahora, el problema surge de cómo unir libertad y organización; cómo combinar el dominio de los obreros sobre el trabajo con la ligación de todo ese trabajo dentro de una totalidad social bien planificada. Cómo organizar la producción, en cada empresa así como en la totalidad de la economía mundial, de tal manera que ellos mismos como partes de una comunidad cooperante regulen su trabajo. La dominación sobre la producción significa que el personal, los cuerpos de obreros, técnicos y expertos que por su esfuerzo colectivo ponen a andar la empresa y ponen en acción el aparato técnico son al mismo tiempo los gerentes de sí mismos. La organización en una entidad social se realiza entonces mediante delegados de las plantas separadas, a través de los denominados consejos obreros, discutiendo y decidiendo sobre los asuntos comunes. El desarrollo de tal organización de consejos ofrecerá la solución del problema; pero este desarrollo es un proceso histórico, que toma su tiempo y demanda una profunda transformación de la concepción de la vida y del modo de ser.

Esta nueva visión de un comunismo libre sólo está empezando a tomar asiento en las mentes de los obreros. Y todavía ahora, nosotros empezamos a comprender por qué los movimientos obreros anteriores, tan llenos de promesas, sólo pudieron fracasar. Cuando los objetivos son demasiado estrechos no puede haber ninguna liberación real. La liberación real, concreta, exige mucho más que un objetivo limitado. Cuando este objetivo es una semi-liberación o una liberación ficticia, no basta para hacer surgir y mantener la energia necesaria, y las fuerzas internas despertadas son insuficientes para producir los resultados fundamentales. Por esta razón, el movimiento socialista alemán, incapaz de proporcionar a los obreros armas suficientemente poderosas para combatir con éxito contra el capitalismo monopolista, tenia que sucumbir. Era necesario que la clase obrera buscase nuevos caminos. Pero la dificultad para desenmarañarse la red del adoctrinamiento socialista impuesto por los viejos partidos y las viejas consignas la hizo impotente contra el capitalismo agresivo, y provocó un periodo de declive continuo, denotando la necesidad de una nueva orientación.

Así que lo que es llamado el fracaso de la clase obrera es en realidad el fracaso de sus estrechos objetivos socialistas. La verdadera lucha por su liberación tiene todavía que comenzar; visto de este modo, lo que ha sido conocido como el movimiento obrero del siglo que queda atrás, fue sólo una sucesión de escaramuzas de avanzada. Los intelectuales, que están acostumbrados a reducir la lucha social a las fórmulas más abstractas y simples, se inclinan a subestimar el tremendo alcance de la transformación social a realizar que está ante nosotros. Piensan cómo de fácil sería poner el nombre correcto dentro de una urna electoral. Se olvidan de qué profunda revolución interior debe tener lugar en las masas obreras; qué suma de lucidez, de solidaridad, de perseverancia y valor, de noble espíritu combativo, es necesaria para vencer el inmenso poder físico y espiritual del capitalismo.

[El despertar de la resistencia a toda forma de explotación. El principio de la cooperación libre]

Hoy en día, los obreros del mundo tienen dos enemigos de una fuerza inusitada, dos poderes capitalistas hostiles y represivos sobre y contra ellos: el capitalismo monopolista de América y Europa, y el capitalismo de Estado ruso. El primero deriva en la dictadura social camuflada bajo apariencias democráticas; el último proclama abiertamente ser una dictadura, anteriormente con la adición “del proletariado”, aunque ya nadie lo cree. Los dos intentan reducir a los obreros a un estado de seguidores obedientes y bien adoctrinados, sólo actuando a la orden de los jefes del partido; el primero recurriendo al programa socialista de los partidos del mismo nombre, el último a  la fraseología y los artificios astutos del partido comunista. La tradición de lucha gloriosa del pasado ayuda a mantenerlos espiritualmente dependientes respecto a los ideales obsoletos. Dada la competición establecida entre ellos por la dominación mundial, cada uno intenta mantener a los obreros en su redil, despotricando contra el capitalismo unos, contra la dictadura otros.

Con el despertar de la resistencia a ambos, los obreros están empezando a darse cuenta de que sólo pueden luchar con éxito haciendo suyo y proclamando exactamente el principio opuesto —el principio de la cooperación entusiasta entre personas libres e iguales–. De ellos es la tarea de descubrir la manera en que este principio puede ser realizado en su acción práctica.

En el punto en que nos encontramos ahora, la pregunta capital es si hay indicaciones de la existencia o del despertar de un espíritu luchador en la clase obrera. Para responder a ello debemos dejar de lado el campo de las disputas entre partidos políticos, cuya intención es principalmente engañar las masas, y volver al campo de los intereses económicos, dónde los obreros desarrollan intuitivamente su amarga lucha por sus condiciones de vida. Aquí  vemos que con el desarrollo de la pequeña a la gran empresa, los sindicatos cesaron de ser los instrumentos de la lucha obrera. En los tiempos modernos estas organizaciones se vuelven más que nunca los órganos por medio de los que el capital monopolista dicta sus condiciones a la clase obrera.

[El desarrollo de formas de lucha autónomas]

Cuando los obreros empiezan a comprender que los sindicatos no pueden dirigir su lucha contra el capital, enfrentan la tarea de encontrar y practicar nuevas formas de lucha.

Estas nuevas formas son las huelgas salvajes. En ellas se sacuden de la dirección de los viejos jefes y las viejas organizaciones; toman la iniciativa en sus propias manos; tienen que pensar sobre el momento y las maneras, tomar las decisiones, hacer todo el trabajo de propaganda, de extensión, dirigir sus acciones ellos mismos. Las huelgas salvajes son explosiones espontáneas, la genuina expresión práctica de la lucha de clase contra el capitalismo, aunque sin objetivos más amplios todavía; pero ya encarnan un nueva conciencia en las masas rebeldes: la autonomía en lugar del mando por los dirigentes, la confianza en sí mismos en lugar de la obediencia, el espíritu de lucha en lugar de la aceptación de los dictados desde arriba, la solidaridad y la unidad inquebrantables con los camaradas en lugar del deber impuesto por la filiación política y sindical a los dirigentes. La unidad en la acción, en la huelga, se corresponde, por supuesto, con la unidad en el trabajo productivo diario, el personal del taller, la planta, los muelles; es el trabajo común, el interés común contra el amo capitalista común lo que los compele a actuar como uno. En estas discusiones y decisiones todas las capacidades individuales, todas las fuerzas del carácter y del pensamiento de todos los obreros, exaltadas y tensadas al máximo, están cooperando hacia la meta común.

En las huelgas salvajes podemos ver los comienzos de una nueva orientación práctica de la clase obrera, una nueva táctica: el método de la acción directa. Representan la única rebelión real del hombre contra el peso adormecedor y represor de la dominación mundial del capital. Seguramente, a pequeña escala tales luchas mayormente serán quebradas sin triunfar –sólo son señales de advertencia–. Su eficacia depende de su extensión sobre masas mayores; sólo el temor a tal extensión indefinida puede compeler al capital a hacer concesiones. Si la presión de la explotación capitalista se hace más pesada –y podemos estar seguros de que lo hará– la resistencia  despertará de nuevo en la vida e involucrará a cada vez mayores masas. Cuando las huelgas toman  tales dimensiones como para perturbar seriamente el orden social, cuando asaltan el capitalismo en su esencia interna, el dominio de las empresas, los obreros tendrán que confrontar el poder estatal con todos sus recursos. Entonces sus huelgas deben asumir un carácter político; tienen que ampliar su perspectiva social; sus comités de la huelga, encarnando su comunidad de clase, asumen funciones sociales más extensas, tomando el carácter de consejos obreros. Entonces la revolución social, el hundimiento del capitalismo, apuntará en el horizonte.

[La decadencia del capitalismo impone la necesidad de la lucha revolucionaria]

¿Hay alguna razón para esperar tal desarrollo revolucionario en los próximos tiempos, a través de condiciones que estaban faltando hasta ahora? Parece que podemos, con algunas probabilidades, indicar esas condiciones. En los escritos de Marx encontramos la frase siguiente: un modo de producción no desaparece antes de que todas sus posibilidades intrínsecas se hayan desarrollado. En la persistencia del capitalismo, empezamos ahora a descubrir una verdad más profunda en esta frase de la que se sospechaba antes. Mientras el sistema capitalista pueda mantener la vida de las masas, no sienten la necesidad imperiosa de acabar con el. Y es capaz de hacerlo por tanto tiempo como pueda crecer y expandir su imperio sobre mayores partes del mundo. Por lo tanto, tanto tiempo como la mitad la población del mundo permanezca fuera del capitalismo, su tarea no está acabada. Todos esos centenares de millones de personas hacinadas en las fértiles llanuras de Asia oriental y del sur todavía están todavía viviendo en condiciones precapitalistas. Tanto tiempo como puedan ofrecer un mercado para ser proveído con los railes y las locomotoras, con los camiones, las maquinas y las fábricas, la empresa capitalista, especialmente en América, podrá prosperar y expandirse. Y es de aquí en adelante de la clase obrera de América de quien depende la revolución mundial.

Esto significa que la necesidad de la lucha revolucionaria se impondrá por sí misma una vez que el capitalismo hunda al grueso de la humanidad, una vez que una ulterior expansión significativa se vea trabada. En esta última fase del capitalismo, la amenaza de la destrucción masiva hace de la lucha una necesidad para todas las clases productivas de la sociedad, los campesinos e intelectuales tanto como los obreros. Lo que se condensa en estas frases cortas es un proceso histórico extremadamente complejo que ocupa todo un periodo de revolución, preparado y acompañado por luchas espirituales y cambios fundamentales en las ideas básicas. Estos desarrollos deben ser cuidadosamente estudiados por todos aquéllos para quienes el comunismo sin dictadura, la organización social en base a la libertad conscientemente dispuesta por la comunidad, representa el futuro de la humanidad.

Digitalizado a formato Word por Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques